En Chile, ser padre de una persona con discapacidad mental impone una preocupación esencial: que sus hijos sean víctimas de abuso sexual. Y una “prevención” cada vez más recurrente es la esterilización en el caso de las mujeres. ¿Pero eso el legal? ¿Y es realmente una “solución”?
Para la doctora Carolina Pastene, ginecóloga del Hospital Gustavo Fricke, es todo lo contrario: “La esterilización es cortar las trompas de Falopio y eso lo único que hace es que una mujer no se embarace, entonces una mujer que tiene discapacidad intelectual queda vulnerable al abuso”.
En cuanto a la legalidad de la medida, las normas chilenas establecen que en el caso de personas mayores de 18 años con discapacidad mental se debe realizar una solicitud expresa para la esterilización ante el comité ético de cada institución de salud, y no está prevista para menores de 18 años.
No obstante, la Comisión Nacional de Protección de los Derechos de las Personas con Enfermedades Mentales (CONAPPREM) advierte que no siempre el proceso se cumple: “Nosotros sabemos que por cada caso que vemos en nuestra comisión de protección de personas con enfermedades mentales, por lo menos hay otros diez en los que la intervención se efectúa sin dejar registros”.
Entre 2009 y 2015, se recibieron 48 solicitudes de esterilización de los servicios de salud, de las cuales 23 eran abiertamente ilegales, según la propia CONAPPREM.
Pero hay un tema más profundo en este caso: La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, ratificada por Chile, advierte que no deben realizarse esterilizaciones sin el consentimiento libre e informado de las personas con enfermedad mental.
¿No debería el Estado chileno garantizarles a estas personas el derecho a una vida libre de violencia, incluida la sexual, en vez de trasladarles el costo a ellas y sus familias de “prevenir” un posible abuso sexual?
Conoce más sobre este tema en “Hospitales públicos esterilizan a mujeres con discapacidad mental sin cumplir la normativa”, de María Victoria Coutts y Francisca Garay, texto ganador del Concurso ETECOM CHILE 2016.
Foto: cermiaragon.es
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