Todas y todos tenemos identidades múltiples que por el contexto y cuestiones sociales determinadas, ocasionan que vivamos la pobreza, la desigualdad y la violencia de distintas maneras. La interseccionalidad, concepto que nace desde los movimientos feministas en la década de los ochenta, ha evidenciado que las mujeres experimentan formas de opresión muy específicas dependiendo de su raza, etnia, orientación sexual, identidad de género, edad, religión, su condición de salud, si están privadas de libertad, en situación de calle o tienen una discapacidad.
Así, cualquier análisis sobre violaciones a los derechos humanos de las mujeres estaría incompleto sin una mirada interseccional que permita entender las causas multifactoriales que generan violencia y discriminación. Integrar una perspectiva de interseccionalidad en las que se trata de problemáticas sobre violencia de género, contribuye a diseñar estrategias más efectivas para su prevención y erradicación.
Es urgente y necesario que se incorpore la perspectiva de género a cualquier iniciativa que promueva la igualdad y la justicia social, es igual de importante que los movimientos de mujeres integren el enfoque de los derechos de las personas jóvenes, de las personas indígenas, de las personas con discapacidad, de las personas afrodescendientes o pertenecientes a la comunidad LGBTIQ.
Acá abajo te presentamos varios ejemplos en América Latina y el Caribe en los que se observa la convergencia entre la categoría mujer con la de juventud, raza, etnia e identidad de género; y cómo la interacción de estos factores produce formas particulares de opresión.